Diseñar un espacio innovador para el trabajo en común
Por
José Enrique Villarino
Ex_empleado de RENFE Operadora
Las formas son el fondo y el fondo son las formas. Sin petulancia, ¿me ha salido un pensamiento algo taoísta? Miguel Angel, pionero inspirador de aplicar a estas nuevas oficinas criterios de Feng-Shui, seguro me lo ha de aclarar. Esto viene a colación de la remodelación prevista de las oficinas de la Dirección General de los servicios de Alta Velocidad-Larga Distancia de RENFE Operadora. La ocasión es que ni pintada para hacer unas oficinas, es decir, un lugar de trabajo para algunos cientos de personas, innovador, estimulante, relajante, saludable, motivador, alegre, divertido, armónico, sedante, cooperativo, casero, amigable, bello, artístico, barato, gratificante, sano, etc, etc …..
Yo, aunque no podré disfrutarlo, apuesto porque este nuevo edificio, que sólo ha de conservar su cáscara, cumpla los dictados de la muy beneficiosa filosofía Feng-Shui, pero también algo más. Por ejemplo, que tenga algún espacio destinado al pensamiento, a pensar. Al igual que en nuestras casas hay una pieza dedicada a estar, otras a dormir, otra a cocinar, otras a las abluciones, etc … pues que haya alguna destinada a pensar. ¿El idearium? Otro tipo de salas pueden ser aquellas destinadas a debatir lo pensado, foros de democracia para contrastar las ideas, a ser el paritorio de las nuevas ideas. Donde ya se entre sabiendo cuál es su principal funcionalidad, su razón de ser. No confundir éstas con nuestras tradicionales –bastante infructuosas, por cierto- salas de reuniones. No se trata de estar juntos sino de pensar juntos, de discrepar juntos, de crear ideas juntos. Si creamos las formas y las especializamos –la sala y su nombre- estamos ayudando al fondo, a la función, a la funcionalidad. No basta tampoco con tirar tabiques y hacer espacios diáfanos, en ocasiones es contraproducente y hasta poco recomendable si no se articulan nuevas filosofías de hacer y estar.
Debe haber otras salas destinadas al relajo –relax (¿)- a donde acudir cuando uno está tupido porque las cosas ese día no se le dan todo lo bien que debieran. Allí encontrará compañía de otros colegas que padecen del mismo mal. Sólo saber que hay uno, dos, … equis más compañeros ya descarga una buena dosis de la tensión negativa con la que uno entró. Una fácil y sencilla terapia colectiva. Las personas no nos relajamos en la mesa de trabajo, a lo más, se pueden estirar las piernas. Hay que cambiar de escenario. Otra sala ha de ser la del refectorio, donde tomar un refrigerio en común con otros. No es bueno llevarnos el café –a algunos se lo llevan- a la mesa. Ni sabe a café ni a nada. Se digiere mal. El refectorio es el lugar de recargar energías y de cambiar impresiones livianas, agradables. Es necesario.
En más de una y dos ocasiones he tenido la oportunidad de convivir con los monjes algunos días en un monasterio y creo que a lo que quiero referirme se ajusta bastante bien al estilo de vida de estos cenobios. No es baladí que se junten los monjes varias veces al día –hasta siete- para hacer algo en común. Así refuerzan con su presencia la convicción de que todos están en un mismo proyecto, común –la salvación de sus y nuestras almas- y empujar mentalmente en esa dirección. Luego, cada cual a su oficio, es decir, a su vocatio –huerto, escritura, estudio, cocina, etc- Se alimentan juntos en el refectorio y escuchan lecturas. Piensan y meditan, juntos o no, en la iglesia, acrecientan su fe. Debaten y toman decisiones en la sala capitular. Estudian y producen en el scriptorium. Estiran las piernas en el claustro y se solazan –la vacatio- en la naturaleza del huerto, que al tiempo les nutre de viandas. Bajo estas sencillas reglas de vida fueron los monasterios centros de conocimiento e innovación en la Edad Madia. Pese a su apariencia de centros de oscurantismo, cerrados en sí mismos, irradiaron cultura –no entro en si buena, mala o regular- y ciencia. Fueron los antecedentes de los collegii , de los studii generali, de las universidades. Pero cultivaban los campos, editaban libros, creaban obras de arte. Eran también empresarios.
Una empresa además de hacer y vender cosas –viajes de ferrocarril en este caso, si bien todavía están por descubrir y vender otras tareas de valor añadido- debe investigar e innovar y hacer que su trabajo sea eficaz, eficiente y agradable, en especial para sus trabajadores.
No se me olvida que también debe haber la hospedería, lugar donde se acoge a los de fuera –en este caso a los clientes-. Es bueno que éstos frecuenten las oficinas –donde cada empleado desarrolla su oficio, sus habilidades- para saber lo que piensan. Para escuchar sus cuitas, para aprender de ellos y que ellos nos comprendan. No es fútil que los clientes compartan con la empresa –el monasterio- y los empleados –los monjes- algunos minutos de su vida. ¿Por qué no compartir con ellos la scriptorium, la sala capitular, el refectorium, el claustro …? ¿Por qué no pensar y debatir con ellos? ¿Por qué no sentar a la mesa a algunos clientes? Unos y otros saldrían ganando.
El modelo actual de la mayoría de las oficinas prescinde de todo lo dicho, hace caso omiso de estos espacios que nos fuerzan y disciplinan en la función. Pocas veces se convida a las mismas a los clientes, es endógeno, falsamente autosuficiente y bastante autista. Trabajo en los despachos y, de vez en cuando, acudir al locutorium –la sala de reuniones, donde cada cual va a escucharse a si mismo-. Las formas y el fondo son dos percepciones de lo mismo. Que no se desperdicie tan espléndida ocasión.